Hace unos días que estoy con la cabeza en otro lado. Pero dado que te molestaste en entrar a mi blog te regalo un pedacito de Borges.
EL BASTON DE LACA
María Kodama lo descubrió. Pese a su autoridad y a su firmeza, es curiosamente liviano. Quienes lo ven lo advierten; quienes lo advierten lo recuerdan.
Lo miro. Siento que es una parte de aquel imperio, infinito en el tiempo, que erigió su muralla para construir un recinto mágico.
Lo miro. Pienso en aquel Chuang Tzu que soñó que era una mariposa y que no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
Lo miro. Pienso en el artesano que trabajó el bambú y lo dobló para que mi mano derecha pudiera calzar bien en el puño.
No sé si vive aún o ha muerto.
No sé si es taoísta o budista o si interroga el libro de los sesenta y cuatro hexagramas.
No nos veremos nunca.
Está perdido entre novecientos treinta millones.
Algo, sin embargo, nos ata.
No es imposible que Alguien haya premeditado este vínculo.
No es imposible que el universo necesite este vínculo.
... en “La Cifra” (1981).
El cinismo de la diosa Fortuna
Hace un par de noches, de madrugada, acompañé hasta la puerta de su edificio a una mujer. Al llegar ambos caminando no advertimos que en el edificio de enfrente, en el balcón de un quinto piso, tres jóvenes bastante alcoholizados nos estaban observando en silencio. Probablemente, imagino, la posibilidad de ser testigos de una escena amorosa los invitó a callar y abandonar la conversación.
Acodados a la baranda, bebida en mano, registraban desde lo alto cada uno de nuestros movimientos. Ni ella ni yo advertimos su presencia, a pesar de que tenían una mirada panorámica de todo lo que sucedía. Al despedirnos con un saludo amistoso rompieron el silencio pidiendo a coro el piquito. Recién en ese momento nos dimos cuenta de aquellos voyeurs. Nos reímos y, a pesar del pedido del público, nos despedimos con un gesto de manos.
Al alejarme, aún a cuadra y media, seguía escuchando sus gritos: “¡¡¡Cómo arrugaste!!!” “¡¡¡Era tuya papá... qué me hiciste!!!“. “¡¡¡Flaco, cómo dormiste!!!” y demás comentarios del estilo.
Camino a casa, aquellos gritos que retumbaban entre los altos edificios se adhirieron a mi conciencia como vidrio molido: “Piquito... piquito... piquito...”. Algo tan simple como un piquito, pensé, habría cambiado la adusta monotonía de mis días y provocado, quien sabe, un giro diametral en mi destino.
Las hebras con que la diosa Fortuna teje los destinos se componen de momentos, de decisiones singulares y únicas. Esta diosa, muy cínica por cierto, no necesita tutelar toda la vida de un mortal para provocar el final esperado. Le basta enfrentarlo a una encrucijada en el momento que ella considere oportuno. Luego se olvida del asunto porque la decisión tomada por uno, ya sea hacia un lado o hacia el otro, habrá sellado su sino. Si Edipo no hubiera consultado el oráculo de Delfos su vida, pienso, habría transitado por caminos distintos. Fue esa decisión (consultar el oráculo y, a posteriori, querer escapar a su destino) la que imprimió a su vida el carácter trágico que sus padres, advertidos por el mismo oráculo, quisieron evitar.
Es sabido que la belleza intimida. Varios fueron los filósofos y artistas que dedicaron su vida a la búsqueda de lo bello, a captar la esencia pura de ese fenómeno estético al que los griegos rindieron pleitesía. Y si bien describen la belleza de modos diferentes, coinciden en un punto: la presencia de lo bello provoca pavor. Y cuando se trata de filosofía, el valor o, mejor dicho, el significado de cada palabra, de cada frase, no es fortuito y merece el mayor de los detenimientos.
El pavor es la conciencia de la propia finitud. Sucede cuando el espíritu es arrebatado por la presencia de algo que lo empequeñece, que lo opaca, que lo extingue lentamente. Aquel “piquito” que reclamaban los muchachos era un recordatorio de mi propia finitud. Había “dormido”, es decir, había quedado paralizado, intimidado, por la presencia de lo bello. A manera de coro trágico, ellos punzaban mi conciencia, me advertían que los latidos de cada hombre están contados y que toda postergación es un sacrilegio.
Durante mucho tiempo pensé que la belleza se le presenta a uno de manera intempestiva, como un rayo cegador y paralizador. Pero a partir de aquella noche descubrí que la belleza se despliega lentamente, pliegue por pliegue, partícula por partícula. Es una musa con múltiples velos que insinúa y cultiva la imaginación a medida que descubre, uno por uno, la riqueza de sus matices. La belleza de Salomé, por ejemplo, no residía en su cuerpo o en su rostro o en su mirada, ya conocida por Herodes, sino en el manejo de los tiempos y la sutil delicadeza de su danza, en la manera como fue despertando con cada insinuación de su desnudez la concupiscencia del gobernante, en el modo como fue vampirizándole la voluntad y el discernimiento, al punto de reclamarle, cuando este había sido arrebatado por el deseo, la cabeza de Juan el Bautista. Aquí tenemos un ejemplo del lado pavoroso de la belleza.
La mujer que dejé aquella noche en la puerta de su edificio era mi amiga. Pero camino a casa, a medida que penetraban en mi memoria poética las esquirlas de aquel coro báquico, algo comenzó a transformarse dentro de mí. Es difícil de explicar. No en vano di todo este rodeo acerca de Edipo y los griegos y la danza de Salomé. Lo que ocurrió en ese rellano de mi memoria fue que se despertó la llama del erotismo. La amiga que había dejado minutos antes comenzó a desplazarse de lugar. Por un complejo de razones que no vienen al caso mencionar (algunas de las cuales pueden inferirse de mis escritos previos, los que están más abajo en esta página), esta mujer había estado hasta los últimos minutos en la periferia de mi memoria poética, del otro lado del muro simbólico que separa la amistad de la sensualidad. Dicho en otros términos: nunca hasta entonces le había visto como algo más que Amiga. Fenotípicamente era hermosa. Pero el hecho de que lo sea no significa que también fuera sensual.
Ahora bien, mientras caminaba a casa, fumando un pucho y escuchando los gritos de aquellos sátiros alcoholizados, algo dentro de mí se desgarró. El muro simbólico se agrietó y una partícula de esta mujer (de una vivencia con esta mujer) se filtró hacia el interior de mi memoria poética. Así, a partir de una simple vivencia compartida, comenzaron a ingresar otras, y otras y otras, hasta que me descubrí colonizado por su recuerdo.
Borges dijo que el hombre y la mujer están fabricados de esa materia inefable que es el tiempo. Y el tiempo es algo relativo (Einstein), lo que quiere decir que las vivencias compartidas con una persona cambian radicalmente cuando esta se desplaza de un lugar al otro de la memoria. Cinco minutos atrás, los recuerdos que tenía de las charlas y encuentros con esta mujer provocaban determinados efectos en mí. Afecto, cariño, comprensión. Ahora, sin embargo, esos mismos recuerdos provocaban toda una constelación nueva de sensaciones. Estaban arropados de un sensualismo que, a medida que se desperezaban, irradiaban un encanto nuevo: me erotizaban.
Situación difícil, a no dudarlo. Como me dijo un amigo: nunca cultives una amistad con una mujer hermosa. Tarde o temprano vas a querer algo más (me lo dijo en otros términos), pero habrás quedado atrapado en una red de la que sólo se sale de dos maneras: para la mierda o divinamente. Si le soltás los galgos y te los baja de a uno, perdiste la amistad. Si le soltás los galgos y ella se deja, ganaste algo mucho más valioso que la amistad.
Corolario: todo lo hasta ahora escrito lo mantuve guardado en el disco rígido y hoy me decidí a subirlo. Una semana más tarde volvimos a encontrarnos. El motivo: la despedida. Al día siguiente dejaba definitivamente la ciudad, me mudaba. En la misma puerta de su edificio (ahora sin testigos), nos sentamos a charlar. Quise comerla a besos, pero desistí. Apenas pude decirle, de manera balbuceante, que si la diosa Fortuna no fuera tan cínica, tal vez, y sólo tal vez, hubiéramos construido algo hermoso.
No sé si logró entender mi mensaje cifrado. Ahora subiré estas líneas y quien sabe, tal vez ella lo lea y la diosa Fortuna deje su cinismo a un lado.
Acodados a la baranda, bebida en mano, registraban desde lo alto cada uno de nuestros movimientos. Ni ella ni yo advertimos su presencia, a pesar de que tenían una mirada panorámica de todo lo que sucedía. Al despedirnos con un saludo amistoso rompieron el silencio pidiendo a coro el piquito. Recién en ese momento nos dimos cuenta de aquellos voyeurs. Nos reímos y, a pesar del pedido del público, nos despedimos con un gesto de manos.
Al alejarme, aún a cuadra y media, seguía escuchando sus gritos: “¡¡¡Cómo arrugaste!!!” “¡¡¡Era tuya papá... qué me hiciste!!!“. “¡¡¡Flaco, cómo dormiste!!!” y demás comentarios del estilo.
Camino a casa, aquellos gritos que retumbaban entre los altos edificios se adhirieron a mi conciencia como vidrio molido: “Piquito... piquito... piquito...”. Algo tan simple como un piquito, pensé, habría cambiado la adusta monotonía de mis días y provocado, quien sabe, un giro diametral en mi destino.
Las hebras con que la diosa Fortuna teje los destinos se componen de momentos, de decisiones singulares y únicas. Esta diosa, muy cínica por cierto, no necesita tutelar toda la vida de un mortal para provocar el final esperado. Le basta enfrentarlo a una encrucijada en el momento que ella considere oportuno. Luego se olvida del asunto porque la decisión tomada por uno, ya sea hacia un lado o hacia el otro, habrá sellado su sino. Si Edipo no hubiera consultado el oráculo de Delfos su vida, pienso, habría transitado por caminos distintos. Fue esa decisión (consultar el oráculo y, a posteriori, querer escapar a su destino) la que imprimió a su vida el carácter trágico que sus padres, advertidos por el mismo oráculo, quisieron evitar.
Es sabido que la belleza intimida. Varios fueron los filósofos y artistas que dedicaron su vida a la búsqueda de lo bello, a captar la esencia pura de ese fenómeno estético al que los griegos rindieron pleitesía. Y si bien describen la belleza de modos diferentes, coinciden en un punto: la presencia de lo bello provoca pavor. Y cuando se trata de filosofía, el valor o, mejor dicho, el significado de cada palabra, de cada frase, no es fortuito y merece el mayor de los detenimientos.
El pavor es la conciencia de la propia finitud. Sucede cuando el espíritu es arrebatado por la presencia de algo que lo empequeñece, que lo opaca, que lo extingue lentamente. Aquel “piquito” que reclamaban los muchachos era un recordatorio de mi propia finitud. Había “dormido”, es decir, había quedado paralizado, intimidado, por la presencia de lo bello. A manera de coro trágico, ellos punzaban mi conciencia, me advertían que los latidos de cada hombre están contados y que toda postergación es un sacrilegio.
Durante mucho tiempo pensé que la belleza se le presenta a uno de manera intempestiva, como un rayo cegador y paralizador. Pero a partir de aquella noche descubrí que la belleza se despliega lentamente, pliegue por pliegue, partícula por partícula. Es una musa con múltiples velos que insinúa y cultiva la imaginación a medida que descubre, uno por uno, la riqueza de sus matices. La belleza de Salomé, por ejemplo, no residía en su cuerpo o en su rostro o en su mirada, ya conocida por Herodes, sino en el manejo de los tiempos y la sutil delicadeza de su danza, en la manera como fue despertando con cada insinuación de su desnudez la concupiscencia del gobernante, en el modo como fue vampirizándole la voluntad y el discernimiento, al punto de reclamarle, cuando este había sido arrebatado por el deseo, la cabeza de Juan el Bautista. Aquí tenemos un ejemplo del lado pavoroso de la belleza.
La mujer que dejé aquella noche en la puerta de su edificio era mi amiga. Pero camino a casa, a medida que penetraban en mi memoria poética las esquirlas de aquel coro báquico, algo comenzó a transformarse dentro de mí. Es difícil de explicar. No en vano di todo este rodeo acerca de Edipo y los griegos y la danza de Salomé. Lo que ocurrió en ese rellano de mi memoria fue que se despertó la llama del erotismo. La amiga que había dejado minutos antes comenzó a desplazarse de lugar. Por un complejo de razones que no vienen al caso mencionar (algunas de las cuales pueden inferirse de mis escritos previos, los que están más abajo en esta página), esta mujer había estado hasta los últimos minutos en la periferia de mi memoria poética, del otro lado del muro simbólico que separa la amistad de la sensualidad. Dicho en otros términos: nunca hasta entonces le había visto como algo más que Amiga. Fenotípicamente era hermosa. Pero el hecho de que lo sea no significa que también fuera sensual.
Ahora bien, mientras caminaba a casa, fumando un pucho y escuchando los gritos de aquellos sátiros alcoholizados, algo dentro de mí se desgarró. El muro simbólico se agrietó y una partícula de esta mujer (de una vivencia con esta mujer) se filtró hacia el interior de mi memoria poética. Así, a partir de una simple vivencia compartida, comenzaron a ingresar otras, y otras y otras, hasta que me descubrí colonizado por su recuerdo.
Borges dijo que el hombre y la mujer están fabricados de esa materia inefable que es el tiempo. Y el tiempo es algo relativo (Einstein), lo que quiere decir que las vivencias compartidas con una persona cambian radicalmente cuando esta se desplaza de un lugar al otro de la memoria. Cinco minutos atrás, los recuerdos que tenía de las charlas y encuentros con esta mujer provocaban determinados efectos en mí. Afecto, cariño, comprensión. Ahora, sin embargo, esos mismos recuerdos provocaban toda una constelación nueva de sensaciones. Estaban arropados de un sensualismo que, a medida que se desperezaban, irradiaban un encanto nuevo: me erotizaban.
Situación difícil, a no dudarlo. Como me dijo un amigo: nunca cultives una amistad con una mujer hermosa. Tarde o temprano vas a querer algo más (me lo dijo en otros términos), pero habrás quedado atrapado en una red de la que sólo se sale de dos maneras: para la mierda o divinamente. Si le soltás los galgos y te los baja de a uno, perdiste la amistad. Si le soltás los galgos y ella se deja, ganaste algo mucho más valioso que la amistad.
Corolario: todo lo hasta ahora escrito lo mantuve guardado en el disco rígido y hoy me decidí a subirlo. Una semana más tarde volvimos a encontrarnos. El motivo: la despedida. Al día siguiente dejaba definitivamente la ciudad, me mudaba. En la misma puerta de su edificio (ahora sin testigos), nos sentamos a charlar. Quise comerla a besos, pero desistí. Apenas pude decirle, de manera balbuceante, que si la diosa Fortuna no fuera tan cínica, tal vez, y sólo tal vez, hubiéramos construido algo hermoso.
No sé si logró entender mi mensaje cifrado. Ahora subiré estas líneas y quien sabe, tal vez ella lo lea y la diosa Fortuna deje su cinismo a un lado.
Despejamiento mental
Dediqué todo este útlimo mes a viajar por la patagonia. Descubrí, entre otras cosas, cuan contaminado estaba mental y espiritualmente. Cada vez que salgo de Buenos Aires me sucede lo mismo. Me doy cuenta que no puedo estar más de un año sin salir de esa hermosa y, a la vez, endemoniada ciudad. Ya a partir del noveno mes comienzan mis rollos mentales. Es loco, pero uno se da cuenta que cuando camina por las calles de Buenos Aires evita las miradas de los transeúntes. Son miradas poseídas, violentas, que aspiran las energías de uno y le transmiten malestar. Estaba a orillas del lago Lolog pescando truchas y disfrutando de la soledad y la calidez uterina de la naturaleza. Al volver a mi cabaña escucho en el noticiero: "los piqueteros marchan a plaza de mayor; ya van 191 las víctimas de República Cromañón; la sensación térmica es de 40º; la zona sur de Buenos Aires está sin agua y sin electricidad; etc". Y me pregunté porqué razón la mitad de la población argentina se concentra en un lugar tan inhóspito, tan insalubre, tan contaminado, como Buenos Aires. En la patagonia (San Martín de los Andes, Ezquel, Villa La Angostura, etc.) la gente no consume TV ni celulares. No hay pobreza y faltan profesionales. Todo el que va a trabajar encuentra rápido los medios de quedarse a vivir allí.
Por eso decidí armar las valijas este año y mudar hacia Ezquel o Trevelín. Quiero vivir. No quiero trabajar once meses al año para poder tener un mes de vacaciones. No se justifica. Buenos Aires produce esquizofrénicos como Geral Ford producía automóviles. Se puede vivir tranquilo, sin ansiedad, sin necesidades superfluas. Hay que encontrar el lugar. Creo que todo ser humano tiene un lugar en el mundo que lo espera. Pero son muy pocas las personas que se atreven a ir en busca de ese lugar. Muchas personas son "natalhormonales". Nacen, viven y mueren en la ciudad que los vio nacer. Y no tiene que ser, necesariamente, así. La patagonia está comenzando a poblarse. Los extranjeros, sobretodo, siempre más rápidos y agudos que los argentinos, ya se están instalando allí.
Invito a todo aquel que no encuentre su sentido de pertenencia en su ciudad a que arme los bolsos y salga a buscar su lugar. El que busca encuentra.
Por eso decidí armar las valijas este año y mudar hacia Ezquel o Trevelín. Quiero vivir. No quiero trabajar once meses al año para poder tener un mes de vacaciones. No se justifica. Buenos Aires produce esquizofrénicos como Geral Ford producía automóviles. Se puede vivir tranquilo, sin ansiedad, sin necesidades superfluas. Hay que encontrar el lugar. Creo que todo ser humano tiene un lugar en el mundo que lo espera. Pero son muy pocas las personas que se atreven a ir en busca de ese lugar. Muchas personas son "natalhormonales". Nacen, viven y mueren en la ciudad que los vio nacer. Y no tiene que ser, necesariamente, así. La patagonia está comenzando a poblarse. Los extranjeros, sobretodo, siempre más rápidos y agudos que los argentinos, ya se están instalando allí.
Invito a todo aquel que no encuentre su sentido de pertenencia en su ciudad a que arme los bolsos y salga a buscar su lugar. El que busca encuentra.
Comprender
Comprender: contener, incluir en sí alguna cosa. 2 Entender, alcanzar, penetrar. 3 Encontrar justificados o naturales los actos o sentimientos de otro. Sinónimos: abarcar, incluir.
He pasado revista a los intereses de todos los miembros de la comunidad blogspot del weblog. Advertí con alegría que son numerosas las personas que se interesan por la lectura, el deporte, la música, las artes, la naturaleza y un sinfin de temas. Pero grande fue mi sorpresa cuando descubrí que soy la única persona, entre miles, que se interesa por "comprender"...
He pasado revista a los intereses de todos los miembros de la comunidad blogspot del weblog. Advertí con alegría que son numerosas las personas que se interesan por la lectura, el deporte, la música, las artes, la naturaleza y un sinfin de temas. Pero grande fue mi sorpresa cuando descubrí que soy la única persona, entre miles, que se interesa por "comprender"...
Mentires y engaños
Mientras pitaba mi cigarrillo no pude evitar pensar por qué las mujeres sinceran con sus amantes lo que no se atreverían a sincerar con sus novios/maridos.
En efecto, después de un tortuoso deseñgaño amoroso he decidido salir sólo con mujeres ya comprometidas (en pareja o casadas). No sólo lo he decidido, sino que la diosa Fortuna cruza en mi camino únicamente este tipo de mujeres. Y resulta que descubro en estas relaciones un cúmulo de espontaneidad, desprejuicio y sinceridad que muy difìcilmente pueda lograrse en una relación estable. No sólo es una apreciación mía, sino también de ellas. Cuando hablamos del tema reconocen ser "más libres" y estar menos condicionadas. A fin de cuentas, "no tienen nada que perder".
Creo que una vez llegado a este punto, es harto difìcil para un hombre encaramarse en una relación en serio.
Hablaba del tema con un amigo, muy particular él, por cierto. Me contó la situación que vivió con su novia cuando le describió, con lujo de detalles (y a pedido de ella), las experiencias vividas en una despedida de soltero de un amigo en común nuestro. A resultas de lo cual, no sólo le hizo un escándalo sino que durante un par de meses estuvieron para la mierda. Hasta que al fin se reconciliaron. Conclusión: hay temas que con tu mujer/hombre nunca "debes" tocar. ´
Cuántas veces hemos escuchado decir "si mi mujer se entera me mata" o "please, no le digan nada a mi marido porque me hecha a patadas de casa". ¿Tan frágiles son las relaciones que, necesariamente, debamos "silenciar" determinados temas, obviar otros, mentir cuando no queda otra?
¿Cuál es el significado del "compartirse" cuando median tantos condicionamientos?
¿Qué es eso de "no decirle para no lastimarlo"?
Atención a las parejas: silenciar un "acto pecaminoso", es decir, no sincerar con la pareja un error cometido, es exactamente lo mismo que mentir. No se engañen aquellos o aquellas que creen que "porque nunca me lo preguntaste" es una respuesta elegante y satisfactoria cuando el moco sale a la luz.
Nietzsche decía que antes de casarse uno debe hacerse la siguiente pregunta: "¿Sabes si con tu pareja tendrás temas de conversación por el resto de tus días? Porque el matrimonio, después de los primeros meses de fogoza pasión, es lisa y llanamente, conversación".
Por eso, si estás en tren de comprometerte o casarte, asegúrate de resolver los "silencios venenosos". Si debes silenciar algunos temillas por precacución, entonces tu pareja es harto frágil y sucumbirá ante la primera dificultad.
No te cagues la vida, y no se la cagues a quien amas: juega con la sinceridad, a pesar de lo dolorosa que sea.
¿Cuánta es la dosis de verdad que tu pareja está dispuesta a soportar?
En efecto, después de un tortuoso deseñgaño amoroso he decidido salir sólo con mujeres ya comprometidas (en pareja o casadas). No sólo lo he decidido, sino que la diosa Fortuna cruza en mi camino únicamente este tipo de mujeres. Y resulta que descubro en estas relaciones un cúmulo de espontaneidad, desprejuicio y sinceridad que muy difìcilmente pueda lograrse en una relación estable. No sólo es una apreciación mía, sino también de ellas. Cuando hablamos del tema reconocen ser "más libres" y estar menos condicionadas. A fin de cuentas, "no tienen nada que perder".
Creo que una vez llegado a este punto, es harto difìcil para un hombre encaramarse en una relación en serio.
Hablaba del tema con un amigo, muy particular él, por cierto. Me contó la situación que vivió con su novia cuando le describió, con lujo de detalles (y a pedido de ella), las experiencias vividas en una despedida de soltero de un amigo en común nuestro. A resultas de lo cual, no sólo le hizo un escándalo sino que durante un par de meses estuvieron para la mierda. Hasta que al fin se reconciliaron. Conclusión: hay temas que con tu mujer/hombre nunca "debes" tocar. ´
Cuántas veces hemos escuchado decir "si mi mujer se entera me mata" o "please, no le digan nada a mi marido porque me hecha a patadas de casa". ¿Tan frágiles son las relaciones que, necesariamente, debamos "silenciar" determinados temas, obviar otros, mentir cuando no queda otra?
¿Cuál es el significado del "compartirse" cuando median tantos condicionamientos?
¿Qué es eso de "no decirle para no lastimarlo"?
Atención a las parejas: silenciar un "acto pecaminoso", es decir, no sincerar con la pareja un error cometido, es exactamente lo mismo que mentir. No se engañen aquellos o aquellas que creen que "porque nunca me lo preguntaste" es una respuesta elegante y satisfactoria cuando el moco sale a la luz.
Nietzsche decía que antes de casarse uno debe hacerse la siguiente pregunta: "¿Sabes si con tu pareja tendrás temas de conversación por el resto de tus días? Porque el matrimonio, después de los primeros meses de fogoza pasión, es lisa y llanamente, conversación".
Por eso, si estás en tren de comprometerte o casarte, asegúrate de resolver los "silencios venenosos". Si debes silenciar algunos temillas por precacución, entonces tu pareja es harto frágil y sucumbirá ante la primera dificultad.
No te cagues la vida, y no se la cagues a quien amas: juega con la sinceridad, a pesar de lo dolorosa que sea.
¿Cuánta es la dosis de verdad que tu pareja está dispuesta a soportar?
Día del carajo
Hoy tuve un día del carajo, qué quieren que les diga. Comenzó mientras dormía. Supongo que tuve una pesadilla, porque me desperté con el brutal choque de mi cabeza contra la pared. Qué me hizo sacudirla tan intempestivamente? No lo sé. Tal vez soné que un meteoro iba a estrellarse contra mi cara y al esquivarlo casi me rompo el cráneo contra el concreto. De manera que quedé frotándome la cabeza contra la almohada un par de horas hasta que me volví a dormir. Al levantarme tenía un terrible dolor de cabeza que todavía me dura y un chichón de puta madre. Eso me dejó con un humor del carajo.
Me levantó el timbre del teléfono. Lo dejo sonar, pero sigue insistiendo. "Quién carajo puede estar llamando a estas horas de la madrugada?" (10:00 a.m), me pregunto. Tanto insiste que voy hasta el teléfono y atiendo. Equivocado. Por qué no presta atención cuando marca señorita!!!! Y cómo me duele la cabeza, qué lo parió. Voy hasta la heladera, la abro y sólo me encuentro con una botella de agua y un sachet de mayonesa. Mi hermano, que se levantó antes que yo, me había comido el yoghur y lo que quedaba de pan lacatal. Después de proferir cuatro rosarios de puteadas, me voy a dar un baño. Cuando estoy por lavarme el pelo recuerdo que el día anterior se me había acabado el shampoo. Me tuve que lavar con jabón y así, con las crines tipo espantapájaros, fui al super a comprar shampoo y yoghur.
El mal humor, sin embargo, duró todo el día. Y no quiero seguir escribiendo.
Me levantó el timbre del teléfono. Lo dejo sonar, pero sigue insistiendo. "Quién carajo puede estar llamando a estas horas de la madrugada?" (10:00 a.m), me pregunto. Tanto insiste que voy hasta el teléfono y atiendo. Equivocado. Por qué no presta atención cuando marca señorita!!!! Y cómo me duele la cabeza, qué lo parió. Voy hasta la heladera, la abro y sólo me encuentro con una botella de agua y un sachet de mayonesa. Mi hermano, que se levantó antes que yo, me había comido el yoghur y lo que quedaba de pan lacatal. Después de proferir cuatro rosarios de puteadas, me voy a dar un baño. Cuando estoy por lavarme el pelo recuerdo que el día anterior se me había acabado el shampoo. Me tuve que lavar con jabón y así, con las crines tipo espantapájaros, fui al super a comprar shampoo y yoghur.
El mal humor, sin embargo, duró todo el día. Y no quiero seguir escribiendo.
Anoche, 1:30 de la mañana.
En el semáforo de Salguero y Las Heras una nena. Sola, con tres pelotitas de trapo haciendo malabares. Cuando el semáforo se pone en verde sube a la vereda. Le pregunto con quién anda. "En un rato me viene a buscar mi mamá", me contesta. Bien. ¿Te puedo sacar una foto cuando estés haciendo malabares? "Bueno".
El semáforo se pone en rojo, camina hasta el centro de la calle y comienza su labor. Yo me acomodo entre los autos, mido la luz, hago foco y gatillo una, dos y tres veces. Otra vez en la vereda me pregunta "¿Cómo salieron?" Mi amor, seguramente salieron hermosas, pero no lo sabré hasta revelarlas. "Bueno, chau". Chau...
Mientras camino pienso en esa nena de siete u ocho años. Pienso que tal vez sea una magnífica foto. Llego a casa, protegido del frío, me ducho y me voy a soñar con esa niña haciendo malabares con sus pelotitas de trapo...
En el semáforo de Salguero y Las Heras una nena. Sola, con tres pelotitas de trapo haciendo malabares. Cuando el semáforo se pone en verde sube a la vereda. Le pregunto con quién anda. "En un rato me viene a buscar mi mamá", me contesta. Bien. ¿Te puedo sacar una foto cuando estés haciendo malabares? "Bueno".
El semáforo se pone en rojo, camina hasta el centro de la calle y comienza su labor. Yo me acomodo entre los autos, mido la luz, hago foco y gatillo una, dos y tres veces. Otra vez en la vereda me pregunta "¿Cómo salieron?" Mi amor, seguramente salieron hermosas, pero no lo sabré hasta revelarlas. "Bueno, chau". Chau...
Mientras camino pienso en esa nena de siete u ocho años. Pienso que tal vez sea una magnífica foto. Llego a casa, protegido del frío, me ducho y me voy a soñar con esa niña haciendo malabares con sus pelotitas de trapo...
Un Domingo lluvioso...
Es un lluvioso día de Domingo por la tarde. Normalmente dedico este día a leer el Pagina 12 pero hoy hice una excepción: terminé de leer un libro que comencé anoche: "El Extranjero", de Albert Camus. Interesante. Mersault, el protagonista, refleja bastante bien uno de mis "yoes". A veces me pregunto cuántos "Juanes" conviven dentro de mí.
Cuando se termina de leer un libro queda uno como sumergido durante un tiempo en ese mundo intermedio entre la ficción y la realidad, una región de ensueño donde se deben adivinar las formas, estimular las sensaciones y encontrar las esencias que quiso expresar el autor. En esos momentos, momentos de aguda sensibilidad, de absoluta intimidad, me sucede que durante un largo espacio de tiempo, horas tal vez (a veces días enteros), no quiero que nada me distraiga, que nada contamine ese momento de sagrada comunión interior. Ajeno a todo, profundizando en el abismo metafísico del Absoluto, con la mirada perdida en la lejanía de un horizonte mental, de un paisaje onírico, termino sustrayéndome del mundo que me rodea, como si "algo" o "alguien" me poseyera, me aspirara hacia otra dimensión donde la noción del tiempo no existiese.Con el libro aún en mis manos fui reconstruyendo el relato, recuperando los detalles, deteniéndome en aquellos fragmentos que me resultaron significativos: "...comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un sólo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel." Fragmentos, decía, que tocaron fribras sensibles en mí, que despertaron recuerdos y sensaciones que dormían en anaqueles de la memoria.Y así, de entre las sombras, viniste a mí...
Cuando se termina de leer un libro queda uno como sumergido durante un tiempo en ese mundo intermedio entre la ficción y la realidad, una región de ensueño donde se deben adivinar las formas, estimular las sensaciones y encontrar las esencias que quiso expresar el autor. En esos momentos, momentos de aguda sensibilidad, de absoluta intimidad, me sucede que durante un largo espacio de tiempo, horas tal vez (a veces días enteros), no quiero que nada me distraiga, que nada contamine ese momento de sagrada comunión interior. Ajeno a todo, profundizando en el abismo metafísico del Absoluto, con la mirada perdida en la lejanía de un horizonte mental, de un paisaje onírico, termino sustrayéndome del mundo que me rodea, como si "algo" o "alguien" me poseyera, me aspirara hacia otra dimensión donde la noción del tiempo no existiese.Con el libro aún en mis manos fui reconstruyendo el relato, recuperando los detalles, deteniéndome en aquellos fragmentos que me resultaron significativos: "...comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un sólo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel." Fragmentos, decía, que tocaron fribras sensibles en mí, que despertaron recuerdos y sensaciones que dormían en anaqueles de la memoria.Y así, de entre las sombras, viniste a mí...
otra vez
Nunca lo que uno dice expresa con exactitud las tensiones interiores; nunca lo que uno dice es interpretado con la fidelidad que se desearía. El lenguaje obtura toda posibilidad de comunicación plena. Se presta muy fácilmente a juicios apresurados, interpretaciones erróneas, conflictos injustificados. No obstante, es un mal necesario.
Ortega y Gasset decía que "el lenguaje es un sacramento de muy delicada adminsitración." Requiere, por tanto, ser utilizado con mesura y responsabilidad.
Alguien dijo que la escritura es una reacción biológica saludable que aleja la tentación del suicidio. Fue E. Ciorán, un rumano que veía sólo el lado oscuro de las cosas.
Si haz de escribir, hazlo con tu sangre dijo Nietzsche.
Yo todavía no sé por qué escribo. Me sirve para aclarar y poner en orden mis ideas. Para encontrarle el nervio a una existencia que no termino de entender.
Escribo, en fin, para comprender la anatomía de mi melancolía...
Ortega y Gasset decía que "el lenguaje es un sacramento de muy delicada adminsitración." Requiere, por tanto, ser utilizado con mesura y responsabilidad.
Alguien dijo que la escritura es una reacción biológica saludable que aleja la tentación del suicidio. Fue E. Ciorán, un rumano que veía sólo el lado oscuro de las cosas.
Si haz de escribir, hazlo con tu sangre dijo Nietzsche.
Yo todavía no sé por qué escribo. Me sirve para aclarar y poner en orden mis ideas. Para encontrarle el nervio a una existencia que no termino de entender.
Escribo, en fin, para comprender la anatomía de mi melancolía...
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